Blanca Gracia presenta dentro de marco de ArtNou Mala hierba nunca muere en Prats Nogueras Blanchard. Hay lenguajes que crecen torcidos a propósito. Palabras que se niegan a florecer según el canon, que germinan desde la herida o la burla y que, sin embargo, brotan con fuerza insólita. En Mala hierba nunca muere, Blanca Gracia recoge esa semilla despreciada —lo raro, lo otro, lo demasiado— y la convierte en un herbolario monstruoso, feminista y fabulador. Como un bestiario de acuarelas y materia orgánica, la exposición despliega una botánica de los márgenes donde cada planta es también cuerpo, nombre y territorio en disputa.

Inspirada por el juego limítrofe entre ciencia, mito y deseo, la artista subvierte el afán taxonómico del herbario ilustrado para proponer una escritura botánica queer: un sistema de resistencia donde la nomenclatura ya no clasifica sino que libera. Así, lo grotesco se vuelve fértil, lo impropio se vuelve raíz. En esta estética de lo blando —no en el sentit tendre sinó en el que desborda forma i resistència— el arte opera como un ritual de reencantamiento. Blanca Gracia imagina un lugar donde lo monstruoso no se niega: se cultiva.

Las figuras que emergen de sus acuarelas no vienen a explicarse, sino a insinuarse: criaturas que bordean lo humano sin llegar a serlo, plantas que recuerdan lo animal, cuerpos que no distinguen si sueñan o resisten. En su crecimiento torcido late una intuición antigua: lo que se arranca, vuelve. Lo que es nombrado como exceso, reaparece como forma de cuidado. Lo monstruoso, aquí, no es amenaza, sino promesa.


